unepoesiaEl mismo fue seleccionado de entre seis países de Sudamérica para participar de la Residencia de Jóvenes Poetas, que se realizó en el marco del Festival Internacional de Poesía de Rosario, Argentina.

Iván Sosa, oriundo de Ciudad del Este, Alto Paraná, y estudiante del primer año de la carrera de Letras de la Facultad de Filosofía (FAFI) de la Universidad Nacional del Este (UNE), fue uno de los 12 seleccionados para participar del Festival Internacional de Poesía.

Sosa se postuló entre otro 206 jóvenes poetas entre 18 y 25 años de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay, y fue el único paraguayo entre los 12 seleccionados para participar de la Tercera Residencia de Jóvenes Poetas.

El joven de 23 años representó a nuestro país con sus poemas durante el concurso realizado del 16 al 22 de setiembre de este año. Este festival tuvo su origen en 1993 en la ciudad de Rosario, donde participaron escritores locales y nacionales de Argentina.

Posteriormente, la competencia incorporó a destacados poetas latinoamericanos, por lo que hasta 1999 mantuvo la denominación de Festival Latinoamericano de Poesía, hasta el año 2000, cuando adquirió su carácter actual de Festival Internacional, propiciando desde entonces el encuentro de poetas de todo el mundo.

Los jóvenes poetas de América Latina que participaron de la Residencia tuvieron la oportunidad de compartir con destacados poetas de varios países; además, participaron de talleres literarios y compartieron sus obras con los asistentes al festival.

Un texto de Iván Sosa

Iván Sosa forma parte de una agrupación cultural de Ciudad del Este llamada El Mensú. Una de sus obras es un manifiesto poético para la organización.

El Mensú

Frente al estatismo estético y la estética cosmética.
Frente a la impermeabilidad plástica (o la hiper-meabilidad política).

Frente a la fúnebre burocracia corporal.
Frente al engrosamiento elefántico de ciertas panzas y sus transas:

Un fantasma recorre el este, el fantasma del Mensú.

En estos tiempos en que los precios vuelan y las escuelas caen, el Mensú pisa tierra, tierra roja (pero no colorada) y canta: juguemos en la plaza, mientras las ratas no están.

El Mensú camina con pies de artistas, que además estudian y trabajan –ya que de algo hay que morir–, y que entienden que el hábito individual de callarse es el peor de los hábitos colectivos.

El Mensú cree que el arte nace sin ombligo, es decir, sin cordón umbilical, y que es aconsejable barrer de vez en cuando el pescuezo, para evitar el polvo de la costumbre.

El Mensú reniega del anestesismo cultural y del pésimo uso ortopédico de las conservas.

El Mensú cree que si bien las aspirinas no están mal para la presión patronal, un diurético siempre es mejor (por eso el Mensú siempre guarda un poema en el botiquín).

El Mensú invita a doblar la esperanza y llevarla bajo el sobaco, como si se vaya a estudiarla minuciosamente en el wáter o como si se vaya a usarla de abanico en la oficina.

Pero, sobre todo, el Mensú entiende que no basta con encomendarse a las artes y rezarles de vez en cuando; sino que más vale cacarearlas, empollarlas, cantarles cancioncitas de cuna... Y limpiarles a menudo la neutralidad del caño: cosa que cuando se las use, disparen bien.